29 de octubre de 2009

Detesto (1/3)

06:00 AM miércoles 22 De diciembre

La ciudad me despierta, las sirenas de policía llevan toda la noche gritando, me siento bien, aunque las sabanas de mi cama vuelven a estar empapadas, una fugaz mirada al intermitente rojo de mi mesita me hace ver que tengo que asearme, el deber me llama.

Me cuido mucho, uso muchos productos en mi higiene diaria, que adquieren mayor densidad en función de cuanto concretemos la zona, para mi cuerpo uso un gel hidratante con extracto de avena y cebada, para mi cabello, uso champú fortificante que me ayuda a mantenerlo arraigado así como un champú fijador del color y oscurecido del cabello, para mis uñas uso un esmalte natural incoloro de raíces de jengibre y con partículas de calcio, mi cara es la zona que mas productos precisa, todas las mañanas después de una ducha con mucho vapor para abrir los poros, aplico un crema exfoliante en movimientos circulares por mis mejillas y frente, acto seguido la enjuago con agua, esa crema no serviría de nada si no me aplicara la mascarilla de aloe vera que ayuda a que mis poros sigan limpios, una vez pasados 10 minutos con la mascarilla, la retiro, desde mi frente hacia abajo y contemplo en el espejo la segunda cara que cuelga en mis manos, para mis dientes uso un dentífrico blanqueador de xilitol con un ligero sabor a mentolado, un spray nasal y otro auditivo para eliminar las impurezas, completan mi higiene personal diaria.

Por las mañanas, debido al tráfico de la ciudad suelo usar el metro que está cruzando tres calles hacia la derecha de mi casa, no necesito pagar billete, desde hace dos años uso una tarjeta personal proporcionada por la empresa, que considerados, se encarga de pagarme mi medio de transporte al trabajo. Como todas las mañanas en la estación, mientras bajo las escaleras a las vías, veo a ese viejo hombre de color tocando el violín cerca de las cabinas telefónicas, suelo pensar en que algún día debería dejarle algunas monedas, a fin de cuentas hace que me olvide de los ruidos mundanos mientras espero el tren con sus notas de violín, al fondo junto a las columnas veo como siempre a un par de chicos, inútiles a mi parecer, siempre leyendo algún comic o algo así, desde que los veo me pregunto cómo sería empujarlos a las vías, ¿ cómo reaccionaría la gente alrededor? ¿Gritarian o tal vez aplaudirían?, saliendo de mis sueños, como todos los días, religiosamente, hay un par de obreros sentados en los bancos comiendo, llevaran como dos años reparando parte de las líneas ¿a qué coño se dedican?, y si como siempre allí está cerca de ese cartel publicitario, hoy la cara enorme del cartel parece mirarla con más ganas que yo, no sé cómo se llama, solo sé que quiero follarla, todos los días el mismo instinto, el mismo método, agarrándola del cuello, girarla, estamparla contra la valla publicitaria para que el tío del cartel se asombre, bajarle los pantaloncitos pegados y sacarle todos los gemidos que le queden hasta dejarla seca, hasta que de pronto la voz de megafonía indicando que llega mi tren me indica que otro día mas he perdido mi oportunidad de matar a unos chavales y follarme a la chica que se para en la valla publicitaria.

Dentro del vagón el espectáculo social no cambia mucho, como en la estación, ya puedo anticipar a parte del pasaje, el párroco que lee su biblia religiosamente, un par de hombre trajeados, dos hombres negros de unos cuarenta y muchos los cuales empiezo a creer que son gays, las dos ancianas sentadas delante del párroco y el típico mendigo pidiendo de vagón en vagón, siempre aderezado con nuevos pasajeros que me hacen más ameno el viaje al trabajo intentando descubrir a que se dedican, a donde van o como están gastando sus estúpidas vidas, este es el momento más social de mi día, una vez se abre la puerta del vago, cuatro estaciones después de mi estación habitual, vuelve a situarse una simple persona en mi mente, Yo.

Es irónico por que mi trabajo me hace relacionarme con muchas personas, trabajo en el departamento de personal de un gran edificio de una empresa de nombre impronunciable dedicada a la venta de miles de productos de nombres impronunciables, en cuanto paso por esa divertida pero desquiciante puerta giratoria, a mi izquierda detrás de un enorme mostrador, la chica de recepción me saluda, lo hace usando mi nombre, aunque yo no sé el suyo, pero la saludo de igual manera mirándola y dedicándole una de mis blancas sonrisas, sigo mi camino sin más interrupciones hacia el ascensor, aunque a veces tengo suerte y el guardia de seguridad me saluda y repito la misma conducta que con la recepcionista, suelo ir solo en el ascensor, para los pocos momentos que tengo al día de intimidad, procuro no desperdiciar ninguno, planta dieciocho, esa es la mía, por cierto mentí, no trabajo para el departamento de personal, el departamento de personal trabaja para mí.

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