24 de febrero de 2013

Legado


Todo empezó el día en que las noticias decían que los rusos habían atacado a los yanquis, o eso fue lo que nos hicieron creer, en menos de 48 horas muerte bajo el fuego nuclear, todo el continente americano así como Rusia y países colindantes se habían convertido en un yermo, llegaron noticias de que algunas pérdidas que habían destruido otras zonas como el sur de África y parte de Oceanía, ojala, las bombas llovieron en todas partes del mundo, las noticias nos hicieron creer que Europa estaba intacta, pero sabíamos que no, ya sea por emails, móviles o cartas, supimos que aquí en España también habían caído algunas, prácticamente todos los países del mundo tenían su Mad Max particular, pero como dije, América y Rusia fueron completamente borradas de la faz de la tierra.

Entonces fue cuando llegaron ellos, tapando majestuosamente el cielo con sus enormes naves,  se avistaron naves aquí en el sur, también en centro y norte de España, pero no fueron los únicos, alguna de las pocas cadenas televisivas que seguían funcionando nos hicieron saber que estos avistamientos eran algo de índole mundial se situaron en ciudades de Francia, Italia, Alemania, Suecia, Suiza, prácticamente por toda Europa, mas tarde supimos algunos de nosotros, que también aparecieron en los yermos rusos y americanos, para establecerse en ciudades propias, creadas por ellos mismos.

Nos prometieron la restauración de la tierra, la salvación, nos demostraron que todo lo podían con su tecnología, a pesar de a los que nos tenia acostumbrados el cine, se dejaban ver a plena luz del día y sabían aprovechar nuestros propios medios en su beneficio, andaban como nuevos profetas, jugando con la vida, con demostraciones de cosas que nunca habíamos sido capaces de soñar, resucitaron personas, hacían crecer campos enteros en cuestión de segundos, depuraban cientos de litros de agua contaminada por la radiación en cuestión de minutos.

Después jugaron con nuestra ambición, nos hicieron regalos, si, nos mejoraron genéticamente  podíamos correr kilómetros sin apenas cansancio, saltar distancias increíbles para un humano cualquiera, de haber seguido existiendo los juegos olímpicos habrían carecido de sentido, nos volvieron más rápidos, mas agiles, más letales, pero también más sumisos.
Mucha gente pensó en ellos como un regalo del Dios por el que profesaban su fe, otros directamente los consideraron dioses y crearon una fe alrededor de ellos.
Durante unos años todo fue bien, todos teníamos trabajo, la pobreza disminuía, la economía se volvía sostenible, el país subía y subía, la criminalidad estaba prácticamente extinguida, nuestra tecnología empezó a mezclarse con la suya, visto de otra forma, la corrompieron, prácticamente avanzamos siglos en cuestión de años, todo lo que el cine nos había hecho soñar, ahora lo teníamos, pantallas de ordenadores proyectadas en 3D sobre el aire, robots, juegos de realidad virtual donde tú eras el propio protagonista, todo era prosperidad y armoniosa convivencia, al fin y al cabo ellos solo parecían humanos con mascaras. Pero empezaron los cambios.

Primero rodearon las ciudades con murallas de casi un kilómetro de altura, decían que nos protegerían de los vientos que traerían partículas radioactivas, falacias que tragamos una detrás de otra, después vinieron las patrullas, para nuestra seguridad, sí, eso decían siempre, podíamos estar seguros de que nos iban a cazar, nos dejamos marcar, para un control optimo de la población, una mañana despertamos con las moscas zumbando por la calle, identificándonos, haciéndonos ir por donde querían, vetándonos zonas.
 Fue entonces cuando comenzó lo que llamaron la epidemia, nos contaron que fuera de nuestra ciudad, había ciudades que no los habían acogido como nosotros y que al no estar bajo su protección, germino en ellas una nueva enfermedad debida a la radiación, la llamaban la nueva rabia, nos explicaron sus síntomas, toda un enfermedad gestada en laboratorio para controlarnos más aun. Vómitos, hemorragias, cefaleas, despigmentación de la piel y muerte, decían que gracias a ellos éramos más resistentes, pero no inmunes, si notábamos que perdíamos facultades, acudiéramos a los hospitales que estaban preparando. Y claro, perdimos facultades.

La histeria cundió, la gente veía síntomas donde no los había  acudían a sus hospitales y no volvían, la epidemia se empezó a extender, por lo que comenzó la purga, comenzó la caza indiscriminada de humanos, hasta el punto en que daba igual si estabas infectado o no, si no podías ser rápido, te cazarían y te llevarían a sus centros de cuarentena.

Algunos de los cazados tuvimos suerte, y pudimos acabar con alguno de ellos, los que como yo, consiguieron arrancarles una de sus mascaras, comprobamos dos cosas, que su aspecto interior no era tan humano como creíamos y que usando esa mascara los síntomas de la nueva rabia desaparecían.

Fue entonces cuando di la voz de alarma, la nueva rabia no era más que un gas, que ellos mismos dejaban suelto en la atmósfera  para que nuestra caza fuera más llevadera, conseguimos copiar la tecnología de sus mascaras y un grupo resistimos lo suficiente para aprender ciertas cosas que no querían que aprendíamos.
Cosas como, que todo era un ciclo, prosperaban a las ciudades para luego devorarlas, repoblaban acelerando el crecimiento y las moscas volvían a vigilar y las patrullas a proteger, nos habían convertido en su ganado y ellos eran los pastores, pero también descubrimos como llevar hasta a un extremo las mejoras que nos proporcionaron.

A mis ciento cincuenta y ocho años, ahora sé cómo detenerlos, no sé si regresare, si alguien encuentra esto, si alguien lee esto, si alguien lo lee antes de que vuelvan a iniciar la vigilancia y extiendan de nuevo la enfermedad, estad preparados.

17 de febrero de 2013

Aeternitas (1/2)


La luces acompañaban a la suavidad de la música que se  esparcía por el bar compitiendo con el humo del tabaco para ocupar todo el espacio disponible, un murmullo de voces bailaba por debajo de las notas, voces que venían de las mesas, que salían de bocas, cada una con sus propias historias, dos chicas habían hecho sonar la campanilla de la puerta, una pareja se besaba en el baño, alguien estaba orinando en el callejón de atrás, una de las lamparitas que había en cada mesa fallaba, el dueño de esa mesa fumaba mientras apuraba su segunda botella de whisky de esa noche.

      ¿seguro que es aquí?
       - Sí, he venido muchas veces
      ¿Cuánto crees que tendrá?
       - A estas horas le quedara poca, así que tiene que estar podrido de pasta

Tocaron cuya puerta tenía un destartalado numero cuarenta y siete, un hombre en slips, camiseta interior y batín abrió la puerta

       ¿otra vez tu? Pensé que tendrías suficiente con lo de esta mañana, pasa pequeño bastardo

El viejo se giro mientras se rascaba una pierna sin dejar de farfullar sin sentidos, el sonido del martillo de un revolver hizo que se girara en seco

       -  Esta vez vengo a por el dinero, viejo –dijo el chico más alto –

La sangre le cruzaba la cara al chico más bajo,  miro a su compañero, hace un momento no tenía ese hueco humeante en el pecho, el viejo había sacado no sabe como otro arma, salió corriendo de allí sin pararse a mirar hacia atrás.

Apenas quedaba medio cigarro y aun no se había decidido, los recuerdos corrían y chocaban en su mente, sin dejar que se aclarara, el viento corría fuerte en esa azotea, mira las luces de los coches, se intenta imaginar la vida de los que van dentro, pensando que tal vez haya alguien peor que el, alguien que tuviera la misma duda en su cabeza, las ráfagas de luz duraban poco, volvía a aparecer ella, una y otra vez, daba igual, siempre encontraba una manera de relacionarlo todo con ella, no es que quisiera morir, solo que de un tiempo a esta parte, tampoco le preocupaba, en cierto modo, tampoco intentaba evitarlo, pero esa noche parecía dispuesto a adelantar un par de años su destino, contra el asfalto.

Su cara parecía maquillada para una película de terror, las lagrimas se escapaban por sus mejillas, el conductor del taxi trataba de fijar su vista a la carretera, era demasiado viejo para ir consolando a chiquillas estúpidas, recordaba la dirección a la que se dirigía, una y otra vez, como un rotulo publicitario, una y otra vez, ella sujetaba con fuerza su móvil, pensaba llamarlo, solo para gritarle, solo para intentar hacerle daño con su voz, pero había una pizca de cordura que le hizo guardar el móvil en lo más profundo de su bolso y olvidarse de él.

La cerradura comenzó a hablar, ella sabía de sobra que era él, borracho como siempre, el repiquetear de las llaves le dolía en cada centímetro de su rostro, sin duda sabia que poco después él la estaría abofeteando, como si no fuera ella, se dirigió a la puerta de entrada, pasando por la cocina, y se paro justo delante, mientras las llaves seguían sonando, un reflejo fugaz de la ventana impacto contra el cuchillo que sujetaba en su mano izquierda.

El hombre se levanto, cansado, desganado, casi imperceptible por los demás clientes, como si fuera un alma en pena, alguien que no estuviera atento juraría que levitaba, hasta llegar a la barra, el barman se acerco a él, pidió otra botella de whisky.

        -  Enseguida se la llevo, ¿a qué mesa señor?
        -  La de la luz rota –una voz rasgada como su aspecto–

El barman miro por encima del hombro y vio la mesa sin luz, podía distinguir dos botellas y un solo vaso.

-            - ¿No cree que ya ha bebido demasiado?

Como si ya supiera lo que le iba a decir el barman, el hombre había puesto un pequeño taquito de billetes sobra la barra, el barman solo asintió, pensando que cuando se desplomase sobre la mesa, podría hurgar un poco en su cartera con la excusa de buscar su dirección o su nombre y avisar a alguien.

Corría sin rumbo fijo, ni siquiera sabía si el viejo iba detrás de él, pensaba que no, que bastante ocupado estaría con el cadáver de su casa, o eso es lo que pensaría si el miedo no fuera lo que le obligaba a correr, sin embargo el golpe seco que lo mando al suelo si le obligo a detenerse, miro hacia arriba y vio una camisa azul manchada con la sangre de su cara, al igual que la placa que la adornaba, el policía trato de decirle algo, pero el chico volvió a correr, pero ahora si sabía con certeza que alguien le perseguía.

Si tal vez hubiera sido más suave, no, también fue suave, si hubiera intentado convencerla, no, eso también lo había probado, pensaba una y otra vez en cosas que podría haber hecho y que realmente hizo, pero que dieron igual, ya haba apurado su cigarro y acababa de encender otro, a ese ritmo, se acabaría antes el paquete que la noche, se cansó, tiro el cigarrillo y pensó en seguirla edificio abajo, recorriendo un camino de ventanas y cornisas.

Hundió su cabeza en el agua, solo quería eso, escapar por un momento del mundo que la rodeaba, sentir el silencio, sentirse vacía, dos horas más tarde terminaría durmiendo borracha en su balcón.

Estaba encerrada en su baño, aun agarraba con fuerza el cuchillo ensangrentado, al otro lado los golpes, insultos y lamentos contra la puerta no cesaban, ella lloraba, en cierto modo por alegría, en cierto modo por miedo, mas gritos al otro lado de la puerta, la sangre empezaba a entrar al baño por el quicio de la puerta, los golpes cada vez eran más suaves, parecían adormecerse, cada vez más tenues, cada vez mas irregulares, hasta que desaparecieron y ella se sintió libre.

10 de febrero de 2013

Pour la france


Y como siempre desenrollé el pergamino que anunciaba sus delitos, ese pergamino que era una condena a muerte en sí mismo y que tantas veces había desatado y liberado, pronuncie sus nombres y el porqué de sus delitos, quieto como una estaca, mis palabras eran los martillazos que me clavaban aun más, mis hombres corrían como perros de presa adelantándome, abalanzándose sobre los tres como una jauría humana.
Algo en mi me impedía quedarme, abandone esas ruinas que antaño debieron ser una mansión y espere fuera, uno a uno mis hombres los fueron sacando, la mujer parecía catatónica, mis hombres la llevaban a rastras pero parecía una mera formalidad, daba la impresión de que esa mujer había dejado este mundo hace mucho, balbuceaba cosas sin sentido no mas entendibles que el traqueteo de las patas de un ratón esquivo que se funde con las paredes, la niña en cambio, fue algo distinto, caminaba entre mis dos hombres, firme, sin miedo, mirándome, había algo en esos dos puntitos negros que me congelo hasta la última gota de sangre que había en mi corazón, algo que no había visto nunca ni en los ojos del peor enemigo, por suerte no duro mucho, el padre en cambio fue algo distinto, no había miedo en su mirada, no había pánico, al contrario, era una mirada calidad, una mirada de alivio, casi pareciera que estaba agradecido, el sabia de sobra que terminaría guillotinado pero su mirada desprendía gratitud.
No hubo más misiones ese día, ya era tarde, los detenidos serian ajusticiados al día siguiente, como siempre, a las seis de la tarde, en la plaza de la revolución.
Sentí algo a medianoche, una punzada en la espalda, un escalofrió recorriéndome el cuello, da igual como se quiera llamar, pero algo me despertó súbitamente, la mirada de la niña fue lo primero que se me vino a la mente, me incorpore y durante un segundo mire a mi mujer, durante un segundo me jure que no me movería, me mentí a mí mismo, al instante siguiente ya tenía el uniforme sobre mí y me dirigía a las ruinas donde habíamos detenido a los antirrevolucionarios esa misma tarde. El lugar parecía sacado de una novela de terror, una calle desértica con un silencio tan espeso que sentidas como te habrías camino a través de él a cada paso, la casa se erguía desafiante a pesar de no ser más que un puñado de escombros, me encamine hacia el sótano, donde los encontramos, las escaleras crujían a cada paso, como si alertaran de mi presencia a la oscuridad, para que estuviera preparada a mi llegada, todo seguía como esa tarde, sabanas sucias tiradas por el suelo, comida podría a medio comer, casi como si aun siguieran ahí, en una repisa había botes de cristal, vacíos en su mayoría, pero uno de ellos tenía algo que me resultaba familiar, avance esquivando los desperdicios que se interponían en mi camino, el bote en si parecía destacar, estaba limpio, como recién puesto, en su interior había un pergamino como los que solía usar, no pude abrir el bote, así que termine estrellándolo contra el suelo, me agache a recogerlo, sin quedaba alguna duda el tacto me lo confirmo, era uno de mis pergaminos, lentamente lo desenrolle y allí estaba, grabado a fuego, mi nombre, en el centro del pergamino, el miedo me invadió ¿Quién podía ser? ¿Amigos de los antirrevolucionarios? ¿Algún desgraciado al que mande a la cárcel hace años? Como un estúpido intente borrar mi nombre del pergamino, como si eso fuera suficiente, me descontrole, termine destrozándolo dejando que los pedazos cayeran alrededor de mi, entonces preso del pánico, la vi.
En una esquina del sótano, agazapada, la niña, ¿Cómo era posible? ¿Habría logrado escapar? Antes de que pudiera reaccionar corrió en mi dirección, salto hacia mí y me agarraba del cuello con una fuerza sobrehumana para una niña, intentaba zafarme pero me era imposible, no podía despegarla de mí, el mundo se oscureció y desperté empapado en sudor en mi cama al lado de mi mujer, no conseguí dormir lo que quedaba de noche.
La plaza de la revolución estaba abarrotada, siempre me preguntaba cuantos de de los allí presentes realmente disfrutaban viendo aquello, el verdugo afilaba la hoja de la guillotina, aunque no lo parezca en una época como esta, era necesario tal mantenimiento.
Me acerque al verdugo, pura formalidad, pero la formalidad se convirtió en ira, ni un saludo cruzo el aire, solo le pregunte ¿Cómo se sentía sabiendo que iba a matar a una familia entera?, debes equivocarte dijo, hoy solo tengo que ajusticiar a una chiquilla, no me entere hasta más tarde que durante la noche tanto el hombre y la madre habían muerto, suicidio.
Ya llegaban mis hombres con la niña, como siempre acompañaban al penado atravesando la plaza, donde la gente allí concentrada podía desahogarse con ellos, pero esta vez era distinto, tal vez porque esta vez, tenían delante de ellos a una cría, pero no, no era la primera vez que ajusticiaban a niños en aquella plaza y nunca recibían trato preferente, era distinto, esa niña emanaba algo que helaba los corazones de la gente y los amedrentaba, era miedo, la gente de la plaza sentía miedo siguiera de dirigir su mirada hacia la niña.
Como siempre uno de mis hombres que quedaba al pie de la escalera, mientras el otro acompañaba al criminal, y luego era el verdugo el que se encargaba, a veces había que obligarlos, otras veces se sentaban dóciles, con los niños solía ser la primera opción, pero la niña ocupo su posición como si ya tuviera aprendida esa lección, como si supiera de sobra que iba a pasar ahí.
Sin mediar palabra el verdugo ajusto el resorte de madera al cuello de la niña y agarro la soga que sostenía el peso y la cuchilla y sin que  leyera la sentencia la dejo caer, corrí hacia la guillotina, el tiempo se detenía a mi paso, podía ver la hoja caer, centímetro a centímetro, como la niña levantaba la mirada y la clavaba en mi, una palabra perforo mi cerebro, “quieto” no sé porque pero le hice caso, me pare en seco, el sonido metálico retumbo en toda la plaza, la hoja salió volando y cayó con fuerza a unos metros delante de mí, la niña chillo y ese grito llego más lejos que el sonido de la hoja, ese grito se pudo oír por todas las calles y callejones de Francia, mas allá del rio  retumbando por cada uno de sus edificios, y propagándose como una peste.


(Gracias y perdón a Tarina por dejarme mancillar su obra)

3 de febrero de 2013

Naurco (2/2)


Cada año, al terminar la estación de las lluvias, las ballenas regresan a las aguas de la Isla de Naurco, y como cada año los Naurcos lo celebraban durante todo un día, la música se expandía por todas las calles y huecos de la ciudad, el alcohol fluía directo a sus gargantas como el agua de un río directo a una cascada, la comida tampoco escaseaba, aunque la tradición decía que la fiesta duraba un día, solía alargarse toda una semana, para el cuarto día estaban tan borrachos que no podían recordar ni su propio nombre, ni reparaban en el manto gris de nubes que llevaba cubriendo la ciudad desde hace dos días  la noche del cuarto día, el cielo rugió y las nubes descargaban agua de una forma que parecían querer convertir un desierto en un nuevo océano.

La fiesta seguía, la música ahogaba chapoteo de la lluvia, las antorchas que iluminaban la noche en Naurcos aun tenían la suficiente fuerza para lucir como pequeñas luciérnagas en la oscuridad marcando los caminos y resaltando las fachadas de las casas. En el centro de la ciudad una hoguera se alzaba majestuosa, la mayor parte de la jarana nacía alrededor de esa hoguera y se iba diluyendo conforme se alejaban de ella.

La lluvia se enfureció, las pequeñas antorchas comenzaban a apagarse, las calles se convertían en pequeños ríos improvisados que iban a parar a la plaza de la hoguera, en pleno apogeo cuando la música más fuerte sonaba y la lluvia mas fuerte caía, la hoguera estallo, pero no fue una explosión ocasionada por alguna gamberrada de alguien demasiado borracho como para cuestionarse si era una buena idea lanzar un saquito de pólvora a la hoguera, fue más bien como si alguien lanzara un barreño de agua contra la hoguera, lo suficientemente grande como para convertir todo ese fuego en una nube de vapor.

Ahora sí que un Naurco demasiado borracho como para considerar si sería una buena idea o no correr a través de una nube de vapor donde hace unos segundos había una hoguera , corría con una anguila a medio comer haciendo de bufanda, entro en la nube de vapor, pero dada su velocidad y el tamaño de la nube, no la atravesó justo cuando debería haberlo hecho, al contrario, un grito estremeció el corazón de todos los Naurcos que pudieron oírlo y el borracho salió despedido de la nube chocando contra una fachada, la gente lo siguió con la mirada y antes de que pudieran ser conscientes de lo que había pasado, la nube rugió y una cabeza negra como la noche surgió de ella, una criatura que nunca habían visto, algo que no había existido en su mundo desde hacia milenios, alargada y negra como la noche, solo se lograba distinguir una linea roja que la recorría desde un extremo de la cola hasta la cabeza, la bestia se abalizó contra la gente de la ciudad de Naurco, se abrió paso entre ellos con sus fauces, los hombres menos borrachos corrían a sus casas a por sus armas, en el camino se encontraba con mas criaturas, caían de las nubes, ocultas entre la lluvia, en unos minutos toda la ciudad estaba sitiada, los hombres intentaban luchar pero era en vano, no tuvieron más opción que huir al puerto y echarse a la mar, y desde luego no fue una buena opción.

En el mar las criaturas se abalanzaban en grupos sobre los barcos hundiéndolos, otras mordían las quillas de madera, apenas una veintena de barcos llegaron al muro, apenas una decena consiguieron ver un nuevo día, así fue como de la noche a la mañana los Dioses enviaron a las serpientes contra los Naurcos y como estos comprendieron que eran los dueños de los océanos, desde entonces recorrían los mares, desterrados, buscando una nueva isla, intentando encontrar otros barcos Naurcos y sobre todo, luchando cada día contra las serpientes.

La tormenta por fin amaino y los hombres estaban limpiando la sangre de la cubierta, solían usarla como cebo, así que ya había otro par de hombre preparando aparejos y redes cuando el vigía aviso de que un grupo de serpientes se acercaba al barco, comenzaron la preparación, desplegaron las redes, subieron a los mástiles, prepararon las armas y los ganchos, era casi una docena de serpientes, a una velocidad frenética, nunca habían visto nada igual, más que prepares para atacar parecían huir y cuando estaban a varios metros del barco, así fue, pasaron de largo. Un escalofrió recorrió la espalda de todos los hombres en cubierta, algo surcaba la superficie del mar y se dirigía hacia ellos, una serpiente como nunca antes habían visto, solo la longitud de una de las serpientes a las que estaban acostumbrados era igual a la boca de ese monstruo, algunos hombres dejaron caer sus armas y se arrodillaron, otro se aferraban con más fuerza a ellos, el monstruo emergió sin disminuir la velocidad, acercándose sin freno al barco, abrió su boca y…