Edward
llevaba un par de horas caminando por el bosque, seguía el rastro de una manada
de huargos o eso le habían asegurado esa mañana en la posada de la ciudad, el
sabia de sobra que los huargos no existían.
La
posada era el mejor lugar para encontrar información, alcohol o una muerte rápida,
dependía bastante de la actitud con la que entraras, aunque esa mañana Edward
solo buscaba algo de alcohol y reposo, asi que se acerco a la barra y le pidió al
tabernero una pinta de cerveza.
- Nunca te había visto por aquí, ¿de dónde eres?
- No tengo
un hogar, se podría decir que soy un vagabundo
- ¿Y como
se supone que me va a pagar un vagabundo esta cerveza?
- Soy un
hombre para todo, un mercenario tal vez, como quieras llamarlo, viajo por el
mundo y acepto trabajos, no te preocupes por el dinero
- Oh
vaya, eso cambia las cosas, en ese caso, págame la cerveza y ve a la mesa del
fondo, donde están aquellos tres viejos, posiblemente tengan algo para ti.
No tenía
nada mejor que hacer, así que no rechazo aquello y se encamino hacia la mesa
del fondo, jarra de cerveza en mano, mientras llegaba podía ver como tres
hombres hablaban de forma muy llamativa, movían mucho los brazos como si
discutieran, conforme avanzaba podía captar trozos de la conversación, hablaban
sobre robos, robos de ganado, pero no robos normales, si no asaltos de bestias
al ganado.
Llegó a
la mesa y se sentó sin que ninguno de los tres hombres se percatara de él, bebió
un sorbo de su cerveza y la puso en la mesa con un golpe seco, los tres viejos
lo miraron
- ¿Qué se
te ha perdido aquí muchacho?
- Bueno,
acabo de llegar a la ciudad y busco trabajo, el tabernero me dijo que aquí podría
encontrarlo
- No creo
que seas capaz – dijo otro de los viejos
- Se necesitan
agallas para esto –dijo el que hasta el momento no había pronunciado palabra
Edward volvió
a agarrar la jarra de cerveza – ponedme a prueba – volvió a pegar un trago
- Huargos,
chico, huargos
Edward dirigió su mirada al viejo que había dicho eso y soltó de nuevo su jarra
- ¿Unos
huargos se comen vuestro ganado?
Un par
de horas más tarde estaba atravesando el bosque en busca de algún rastro de los
huargos, Edward sabia de sobra que los huargos no existían, solo eran cuentos,
mitos, posiblemente se trataría de una manada de lobos salvajes, con un tamaño más
grande de lo habitual, a fin de cuentas, ya lo habían contratado para cazar
huargos en el pasado y siempre había sido igual, una manada de lobos rabiosos y
más grandes de lo normal.
Acababa
de encontrar un rastro que lo había llevado hasta una cueva, antes de entrar
desenvaino su espada y la unto con aceite, con toda la cautela que pudo reunir
entro en la cueva, el silencio y la oscuridad lo inundaba por completo,
avanzaba con el brazo izquierdo pegado a la roca y el derecho empuñando su
espada, sus ojos permanecían cerrados pero
su nariz olfateaba cada centímetro de la cueva, conocía muy bien los olores,
tierra mojada, roca húmeda, excrementos, algo vivo, sea como fuera en esa cueva había algo mas y siguió adelante, algo crujió bajo su pie, se agacho para
examinarlo, palpo con su mano el suelo hasta que dio con lo que había causado
el ruido, era algo solido, pero no lo suficiente, parecía astillado, no había duda, eran huesos, aunque no podría decir de qué, entonces el olor a algo vivo
inundo su nariz como un torrente, fuera lo que fuera lo que hubiera en esa
cueva, lo tenía al lado, se incorporo y agarro su espada con las dos manos, la
deslizo por la roca de la pared de la cueva y el aceite prendió, su espada se envolvió
en llamas y entonces lo vio, parecía un oso pero era un lobo, un lobo enorme,
el mayor que había visto en mucho tiempo, el lobo salto sobre él, sobrepasándolo
y salió corriendo hacia la entrada de la cueva, Edward lo siguió.
La bestia
era rápida y ágil, pero Edward no era lo que parecía, mientras corría, pasó su
mano izquierda por el hoja en llamas de su espada mientras pronunciaba unas
palabras que él conocía bien, ya casi llegaban a la salida de la cueva y no podía
permitir que la bestia se perdiera en el bosque, Edward extendió su brazo
izquierdo y un destello lo recorrió desde su hombro hasta la punta de sus
dedos, pero no se detuvo ahí, la luz salió disparada hacia adelante y alcanzó
al lobo de lleno cuando ya alcanzaba a salir de la cueva, el lobo desapareció al
instante, una lluvia de sangre y vísceras comenzó a caer en la entrada de la
cueva, cuando Edward salió de la cueva la lluvia había cesado.
- Huargos,
estúpidos ignorantes - se dijo Edward a si mismo -
- No
andaban demasiado desencaminados, ¿no crees?
La voz
venia de un árbol, Edward alzó la vista pero solo pudo ver como otro par de
lobos gigantes saltaban hacia él