Cuando
todo hubo pasado a la tarde, Pharia había contado unas cuantas docenas de veces
lo que había ocurrido en la forja, los guardias de la ciudad no podían creer
que un chico de 10 años hubiera hecho eso, estaba claro que a mí no iban a
creerme, a pesar de seguir cubierto de sangre.
Las
cosas habían cambiando, Pharia me veía como algo más que un aprendiz, me forjo
una espada excelente, mucho más fina y ligera de lo normal, con una empuñadura
de un color rojo oscuro, decía que la sangre que me había bañado era mi
autentico bautismo, también instaló un par de muñecos de madera que giraban
sobre sí mismos en el patio, así mis tardes de lucha se convirtieron en algo más
ameno.
Transcurrieron varios días desde aquel intento
de robo, cuando un par de guardias pasaron por la herrería, querían comprobar
si de verdad sabia luchar, Pharia los hizo pasar al patio, allí estaba yo,
practicando con mi nueva espada, al verla tan fina y débil se pavonearon, los
mire con cierta indiferencia, al fin y al cabo no sabía que hacian allí, por un
momento pensé que venían a llevarme preso, Pharia solamente dijo:
- Han
venido a ver como luchas
Envaine
la espada, pensaba usar la vaina contra ellos, estaba muy seguro de mi, una
cosa era matar a dos ladrones y otra muy distinta matar a dos guardias, un par
de minutos después, uno de los guardias estaba noqueado y el otro tirado contra
la pared pidiendo que parase, aquello, cambio mi vida por completo, se acabaron
las tardes luchando contra muñecos giratorios.
Me
llevaron con la guardia, tenían pensado instruirme y convertirme en uno más de
ellos, pasaron meses, incluso años, allí fue cuando me encontré conmigo mismo, o más bien,
deje de encontrarme, los entrenamientos tardaron poco en aburrirme, no
encontraba a nadie contra quien medirme y mis compañeros empezaban a tenerme
miedo, tal vez porque yo nunca los considere compañeros, de hecho nunca los
considere nada mas allá que meros sacos a los que golpear, hasta que un día,
justo como la primera gota de lluvia de un día soleado, sin avisar, la guerra
estalló, una guerra contra el país vecino, sin duda yo, defendía a mi país ,si,
pero no lo defendía por una lealtad inquebrantable a mi rey, no luchaba para
defender los derechos de los ciudadanos, tampoco luchaba para defender la vida
de Pharia, luchaba porque me gustaba luchar, porque disfrutaba volviendo a
sentir la sangre recorriendo mi cara, de hecho, me hubiera dado igual matar a
guerreros del bando enemigo o del mío, y de hecho, alguna que otra vez murieron
aliados a mis manos, allí estaba yo, enfundado en una armadura roja, como el
guerrero de mis fantasías, me sentía uno con el campo de batalla, alla por
donde pasaba dejaba un rastro de muerte, sin importar el coste, la guerra daba
sus últimos espasmos cuando estabas posicionados a las afueras de la ciudad de
Greinteh, esa misma noche pensábamos asaltarla para acabar con la guerra,
mentiría si dijese que una parte de mi esperaba que no se acabara esa misma
tarde, pero la otra estaba ansiosa por atravesar esas calles, provocando una
lluvia de sangre, hasta llegar al palacio y poder cortar la garganta del rey de
Greinteh.
Casi
era considerado como un mercenario del que desconfiar, no respondía ante nadie,
simplemente esperaba la orden de atacar y allí me lanzaba, sin seguir
estrategias o tácticas diseñadas por capitanes en una mesa de guerra, mi único objetivo
era avanzar a través de los cadáveres de mis enemigos.
Desde el
campamento base veíamos la ciudad de Greinteh, un soldado raso vino a mi
tienda, al parecer querían que estuviera presente en la reunión antes del
asalto a la ciudad, y allí estaba yo, sentado en una esquina de la tienda
jugueteando con una moneda, rodeado de los que se suponían que mandaban,
mientras hablaban con sus espías sobre posibles puntos débiles de la ciudad.
- Tal vez
podamos entrar por los desagües, al menos mandar un destacamento con suficiente
pólvora para derribar su muralla, ¿Que te parece, Ludwig?
- Podéis hacer
lo que queráis, yo sé lo que haré
- ¿Y
serias tan amable de compartirlo con nosotros? –dijo Herwif, no recuerdo su
rango, pero si la envidia que sentía hacia mí, el inexorable paso del tiempo había hecho mella en su rostro y cuerpo, así como mas de una afección que aun
no había descubierto, pero estoy seguro que realmente toda su fachada de hombre
rudo era simplemente miedo hacia mí.
- Iré por
la puerta principal, trepare las cadenas, pasare sobre su muralla y la abriré,
quien quiera seguirme es libre de hacerlo
- ¡Eso es
un suicidio! Los arqueros de la muralla te acribillaran- volvió a bramar Herwif
- Casi
sin que terminase la frase, yo había subido sobre la mesa de guerra y la punta
de mi espada se hundía en uno de los surcos formados por las arrugas de su
frente
- Podrías
llamar suicidio a lo que te pasara si vuelves a levantarme la voz.
Una pequeña
gota de sangre nació en su frente y comenzó a recorrer su rostro, la reunión no
dio para más, acordamos atacar por la noche, ellos tendrían su plan y conocían el
mío, todos contentos, me gustaba que mi fama me precediera y me diera ciertas
libertades.
Esa
misma tarde, descansaba en mi tienda, cuando volvieron a molestarme, era
Bragnof, capitán, realmente, mi capitán, uno de los hombres que apostó por mi
cuando era solo un crio, se podría decir que era un segundo Pharia para mi, también había estado en la reunión de esa mañana, le deje entrar.
- Ludwig,
menudo monstruo estas hecho, desafiando a hombres como Herwif –dijo mientras
apoyaba su mano en mi hombro- Sinceramente, te felicito, es un completo inútil,
si no lo termina matando esta guerra, confió en que a alguien se le escape un
tajo justo hacia su cara –guiñó un ojo y se dirigió al pedestal donde tenía
colocada mi armadura roja- pero chico, no he venido solo a felicitarte por
eso, recuerdo cuando llegaste a mí, la
historia del crio enclenque que había matado a dos hombres que le doblaban el
tamaño y peso, y no solo matado, sino que también se habían ensañado con ellos,
toda una bestia sin duda.
- Yo solo
me deje llevar
Bragnof
inspeccionaba mi armadura, sin hacer caso a lo que le decía
- Esta armadura
roja, la conocen de muchas formas allá por donde pasa, aunque pocas personas
conocen su verdadero nombre
- Bautismo
–susurré
- ¿Es de
Pharia verdad?, está ya en las ultimas y no se puede decir que sea porque te
lleves muchos golpes, le has dado mucho trabajo y no creo que te aguante mucho
tiempo más, si, esta armadura un día se romperá, y puede que ese día mueras,
aunque, no será hoy.
Se giro
hacia la puerta de la tienda mientras gritaba -¡ENTRAD!
Cinco soldados
entraron portando bultos con ellos que dejaron en el suelo y salieron casi tan
pulcramente como habían entrado.
- Es para
ti chico, apenas acaban de traerla, directamente de la herrería de Pharia
Me levante
de la cama y di un par de vueltas alrededor de los bultos, inspeccionándolos,
hasta que me decante a abrirlos, no me pare a examinarlos en detalle hasta que abrí
los cincos bultos, era otra armadura, recién forjada, idéntica a la mía, pero de un fulgor blanco, que a pesar de estar solo
iluminada por las pobres velas de mi tienda, destacaba como si reflejase la más
potente luz del sol
Bragnof
se acerco a mí con una carta en la mano
- También
vino con esto, disfruta tu nueva armadura – y salió de mi tienda
Ludwig,
hijo mío, hasta aquí llegan noticias de La Muerte Roja, si, hijo, así te
llaman, y no puedo evitar sentirme contrariado, sin duda me equivoque al teñir
de rojo a Bautismo, así que decidí forjarla de nuevo, espero no oír mas ese
nombre, y ahora que tu armadura es un lienzo en blanco, seas tú el que la tiña
de sangre, como aquel día.
Acaba
con esos bastardos y ven a verme
Te
Quiero hijo mío
- Bautismo
de sangre – susurré
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