La serpiente había posado más de la mitad de su
cuerpo sobre la cubierta del barco y
trataba de arrancar el mástil, los hombres en cubierta intentaban inútilmente
atacar su cuerpo pero sus escamas azules eran demasiado duras para sus armas, a
varios metros sobre ellos, en los mástiles, dos hombres más, habían trepado
llevando consigo la red que usaban para pescar, coordinados, situados sobre la
cabeza de la serpiente mientras esta seguía intentando derribar el mástil donde
ellos mismos intentaban mantener el equilibrio, saltaron sobre ella, sin miedo,
sin esperanza, casi de forma mecánica, sin pensar, no era la primera vez que hacían eso, cayeron, uno a cada lado de la bestia, la red cubría la cabeza de
la serpiente, unos hombres se apresuraron a agarrar la red y tirar hacia la
humedad madera de la cubierta, la cabeza de la serpiente siguió el mismo camino,
en un instante los hombres estaban hundiendo sus armas en los ojos de la
bestia, la sangre les salpicaba a todos vistiéndolos con ropajes húmedos a la
par que cálidos, los rugidos de dolor de la serpiente se podían oír a
kilómetros a pesar de los truenos y el oleaje en plena tormenta, dejó de luchar
y cayó con un sonido seco contra la cubierta, unos a otros los hombres se miraron
aliviados, más bien se contaban esperando que no faltara ninguno de ellos,
habían perdido 5 hombres esa semana en otros ataques, el cuerpo sin vida de la
serpiente termino escurriéndose hasta caer a la borda, tiñendo el mar bajo la
quilla del barco de un tono rojizo, pero oscuro, casi ponzoñoso.
Por lo general sabían anticiparse a los ataques de
las serpientes marinas, un mar en calma demasiado artificial, bancos de peces
nadando todos en la misma dirección, las señales eran simples, pero la tormenta
las había camuflado esta vez, aunque no siempre había sido así hubo una época
en la que no se preocupaban por las serpientes.
La isla de Naurco, esplendorosa, se alzaba casi de
forma insultante en un mundo de mares, los habitantes de Naurco eran los
mejores en su trabajo y su trabajo era el mar, durante cientos de años
mejoraron las técnicas de pesca para cualquier tipo de criatura, cazaban
tortugas gigantes espinadas usando buques especialmente creados para esas
criaturas, atraían a las tortugas a la superficie, dos buques se ponían a cada
lado y gracias a una quilla con forma de gancho agarraban las aletas de estas
bestias para arrastrarlas a la costa donde no tenían suficiente profundidad
para escapar y eran fáciles de matar.
A veces, de camino a los mares del sur para pescar a
los agrios peces que allí habitaban, algunos delfines se acercaban al barco, los
hombres saltaban por la proa del barco portando arpones y con una soga atada a
la cintura, no fallaban, en la popa del barco les esperaban unas camillas que
no eran más que dos troncos unidos por sogas atrapaban al hombre y a su presa a
la vez para ser remontados por otros hombres hasta la cubierta del barco.
La superioridad de los Naurcos en el mar era
insultante y así era como se sentían los Dioses al contemplarlos, por lo que
enviaron al mar contra ellos.
Era una tarde tranquila cuando el mar se abalanzó
contra la isla de Naurco, la luz desapareció detrás de aquella ola que tapaba
el cielo y cayó contra la isla como el martillo de un herrero cuando le da
forma al metal, produciendo el mismo efecto, atravesó la isla de una punta a
otra y siguió sin detenerse un par de kilómetros más, arrastró con ella a
casas, familias, animales, bosques, cualquier cosa que se cruzara a su paso y
no hubo nada que no se cruzara a su paso.
Los barcos que estaban en alta mar no encontraron
nada a su regreso, aparte de destrucción y algunos supervivientes que se habían
refugiado en las montañas, pero eso no destrozo la moral ni el ego de los
Naurcos, al contrario, los Naurcos se crecían ante la adversidad, volvieron a
levantar su ciudad y no contentos con eso, a diez kilómetros de la costa, levantaron
un muro rodeando su isla, con altura suficiente para amainar otras olas
enviadas por los mismísimos Dioses y adornaron esa barrera artificial hacia el
lado que daba a mar abierto, con caparazones
de tortugas, mandíbulas de tiburones, esqueletos de ballenas, todas y cada una
de sus capturas quedaron representadas en ese muro, como pretendiendo meter
miedo al mismísimo mar, colgaban sus trofeos.
Durante meses los Naurcos siguieron con su vida como
antaño, la única diferencia era que siempre tenían que cruzar por las dos
grandes puertas del muro para salir a mar abierto, confiados pensaban que los
Dioses se habían dado por vencidos, pero la arrogancia de los Naurcos edificada
en medio del mar, no había hecho más que encolerizar a los Dioses, entonces fue
cuando las enviaron a ellas.
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