4 de diciembre de 2009

WhiteChapel

Es 14 de octubre, las calles de esta ciudad ruinosa son un reflejo de su precariedad, tan llena de lascivos, adictos al opio y a la absenta para terminar en el peor de sus males, esas mujeres, esas mujeres de vida pecaminosa que hacen caer en su lujuria a los hombres de bien, a hombres de provecho, ese es el verdadero cáncer de la ciudad arraigado en sus calles, extendiéndose por ellas e invadiéndola lenta pero efectivamente, pero es un cáncer extirpable, podre ir extirpándolo poco a poco, hasta sacar esa metástasis asesina de la ciudad.

Se acerca la media noche y aunque mi escalpelo ya grita en mi maletín, aun es demasiado pronto, así que, empiezo a caminar por las arterias y veo como la basura se acumula más por ellas, mire donde mire, allí se acumula, paso las horas andando, entre calles oscuras, eligiendo el mejor lugar y cuando lo tengo, dejo allí mi maletín del que saco un racimo de uvas, cortadas ese mismo día y a mi escalpelo acallar sus gritos guardándolo en un cinta dentro de la manga de mi abrigo, cosida a consciencia para esa función.

Vuelvo a la calle principal, donde es fácil encontrarlas cerca de los fumaderos de opio y de pronto sucede, al contrario de cualquier animal, la presa es la que ataca al cazador, se abraza a mi cuello e intenta seducirme con sus pobres palabras, pegando tanto sus manos a mí, como si quisiera rozarme mis entrañas, aunque sea yo el que en breve roce las suyas, le digo que es preciosa, la trato con dulzura, a diferencia de todos los malnacidos que hayan pasado hoy por sus brazos, soy el primero que le regala los oídos, eso le da confianza, le digo que me siga, que la llevare a un sitio tranquilo, pero es reticente, algo tan banal y voluble, que cambia de decisión cuando le enseño las uvas, que hace unas horas bañe en opio, me asquea su cuerpo sobre el mío, me asquea esforzarme en hablar con ella, pero algo, algo que no alcanzo a comprender me insta a seguir, a hacerlo una vez más, a seguir mi purga, por fin se deja llevar, intenta besarme, pero le digo que espere que lleguemos.

Cuando después de un camino de vomitivos acercamientos por su parte y excusas banales por la mía, llegamos al callejón donde reposa mi maletín impaciente, por fin, mi calmado escalpelo vuelve a gritar, ella ni siquiera se ha percatado de la presencia del maletín, entonces la dejo hacer, se pega contra mí y sus repugnantes labios empiezan a besarme el cuello, haciendo que mi rabia aumente por instantes, hasta el punto de no soportarlo, me la quito de encima y la pego contra la pared, la ilusa cree que es un juego sexual por mi parte, mi escalpelo cae de entre mi camisa y mi abrigo y ya puedo acariciarlo entre mis dedos, sin que ni tan siquiera pueda darse cuenta de que ocurre, mi mano ya ha cruzado su cuello y mi escalpelo se tiñe de ella, la sangre empieza a brotar de su garganta, sin duda alcance su arteria, la sangre hace que por instantes aparezca en mi cabeza la imagen del mago volándose la cabeza que vi la noche anterior, tal vez porque fue la última vez que vi sangre, tal vez porque aun sigo desconcertado, pero vuelvo a mirarla, es ahora cuando la encuentro realmente preciosa y se desploma, no tengo mucho tiempo así que empiezo a trabajar.

Hago la incisión en su tórax con forma de Y, cuando veo como es por dentro, es cuando empiezo a desearla, prometí brutalidad y brutalidad les daré, secciono el intestino delgado por su comienzo y su final, para poder extraerlo en su totalidad, una vez fuera, se me ocurre una idea un tanto extraña, pero que solo hace que me fascine conmigo mismo, así que, para que no coja frio, le hago una bonita bufanda con sus propias tripas.

Ya no se aprecia el corte de su garganta, pero su tórax sigue abierto y es cuando pienso en un puzzle, crear un puzzle humano, con todas sus piezas al descubierto, mi mano va por delante de mi mente y cuando reacciono ella ya esta hurgando en mi maletín en busca de mi sierra de huesos. Cuando la noto entre mis dedos, no trascurre ni un segundo en agarrarla y empezar a serrar la caja torácica, que dejo colocada debajo de la cabeza, a modo de almohada.

Este es el verdadero momento de gloria de mis cuchillos, mis manos trabajan solas, casi por instinto, comienzo a extraer uno por uno cada órgano y glándula que encuentro a mi paso, hasta que la vacio, pero al lado de ella están todas sus piezas, delicadamente colocadas, fuera de su marco, invitando a que alguien juegue conmigo y las coloque, en un intento desesperado por volver a crear vida.

Aquí ya he terminado, no puedo evitar el impulso de guardar un riñón y llevármelo conmigo, se de alguien a quien gastarle una pequeña broma con él, mientras me marcho ya me imagino a algún sereno o alguna asquerosa compañera de ella, descubriendo mi puzzle invitándolos a jugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario