31 de marzo de 2013

Compasión por la bestia (1/4)



Me llamo Ludwig y soy un asesino.

Nunca conocí a mis padres, la que fuera mi madre tuvo a bien dejarme en la puerta de la casa de herrero, Pharia, así se llamaba, era un hombre enorme, curtido por años y años de trabajo en la forja, todo su aspecto rudo se contraponía a la dulzura con que trataba las armas que forjaba, nadie podía pensar que un hombre asi sacaría tiempo para criar a un niño, pero lo hizo, y ahí me crié yo, entre metal incandescente y sonoros martillazos metálicos, desde pequeño ayudaba en la forja, cargando cestos llenos de trozos alargados de metal que más tarde Pharia se encargaba de convertir en espadas, calentando metales, llevándole herramientas, era algo rutinario, no encontraba demasiada diversión en aquello, pero tampoco me quejaba, sabia de sobra que sin Pharia estaría trabajando como esclavo o muerto, el me daba una cama, comida caliente y me enseñaba un oficio, también es cierto que el conseguía un aprendiz, pero a mí me parecía un pago justo, aunque lo que realmente me divertía era blandir las armas que Pharia creaba, a los cuatro años me regalo una espada de madera, pasaba las tardes atacando a un tocón que Pharia tenía en el patio de la herrería, esa era mi vida, ayudar a Pharia y jugar a luchar contra un trozo de madera muerta, no me interesaban los demás niños de mi edad, no me interesaba para nada, cuando Pharia me mandaba a comprar pieles, cuerdas o joyas para la ornamentación de las armas, los demás niños me miraban sorprendidos, como si fuera la primera vez que me veían, y posiblemente fuera así  como dije, pasaba el día en la herrería, cuando mis brazos consiguieron tener algo más de fuerza, Pharia me dejaba trozos de metal, desperdicios, ya sabéis, los recortes que luego se funden para volver a usarlos, con la idea de que improvisara y me entretuviera con ellos, no tarde mucho en empezar a forjar pequeñas dagas y navajas, y había un tocón de madera que iba a empezar a sufrir de verdad, aun así  a pesar de mis largos ratos amedrentando al tocón, seguía sintiéndome vacío  empezó a aburrirme, no me emocionaba ni lo mas mínimo enfrentarme a un enemigo tan estático, pero aun era demasiado joven para algo serio.

Así que empecé a usar la imaginación, me veía a mi mismo en el patio, con el tocón justo delante de mí, a un par de metros, transfigurado en un guerrero de armadura roja y pelo largo negro, protegido por otros seis hombres, vestidos de negro con prendas ligeras, tomaba una bocanada de aire, cerraba los ojos y me lanzaba a por ellos, el que estaba más a mi derecha se abalanzaba sobre mí, me apoyaba sobre su pierna a tiempo de clavarle una daga en el cuello y tomando impulso para saltar contra el que estaba a mi izquierda y hundirle mis dos dagas en su pecho, cuando la espalda inerte de mi enemigo golpeaba el suelo conmigo encima, salía disparado a por el que se encontraba delante de mí, por el camino lanzaba mis dos dagas al que se acercaba por mi derecha, directas a los ojos, tiros limpios, al fin y al cabo era mi imaginación, aunque reprodujese todos y cada uno de los movimientos en la realidad, un día estuve a punto de matar a Pharia, como decía, lanzaba las dagas, mientras corría a por el otro, me deslizaba pasando por debajo de sus piernas y súbitamente me incorporaba a su espalda, mientras desenvainaba mi espada la pasaba por delante de su cuello e imaginaba como brotaría su sangre manchando la hoja de mi filo, sin tiempo apenas, me giraba y esquivaba un espadazo de otro de los hombres, bloqueo, bloqueo, me defendía, buscando huecos en su defensa, podía ver el combate a una velocidad más lenta de lo normal, mi espada era una con mi brazo y cuando por fin veía un hueco en su defensa, mi espada atravesaba el aire buscando a su rival y hundiéndose en su carne,  el hombre de la armadura roja hacia una mueca burlona, ya solo quedaban él y otro más, cuando este último ya estaba casi sobre mí, alzando su arma, el hombre de la armadura roja lo atravesaba con su espada, se aburría y no quería esperar más, se deshacía del cuerpo de su guardaespaldas, agachaba su torso, ponía su espada a su espalda pegada al suelo y corría hacia mí, mientras el acero de su arma arrancaba lagrimas de fuego de la piedra, en menos de un segundo lo tenía sobre mí, un ataque vertical ascendente, me movía a un lado y buscaba un hueco en su costado, rápidamente el sacaba una espada mucho más pequeña que usaba como defensa y bloqueaba mi ataque, entonces, comenzaba la lluvia de golpes, sus dos espadas chocaban continuamente contra la mía, en un concierto de instrumentos de percusión, una y otra vez, haciéndome retroceder a cada golpe, hasta toparme con una pared, atrapado, a merced de sus golpes, cuando de repente, una ola de fría agua me salvaba del guerrero de la armadura roja, Pharia se reía mientras decía, 

   - Mírate, vencido por un cubo de agua fría

Tenía ya 10 años la mañana en que casi matan a Pharia, era invierno, todo el patio estaba cubierto por un manto blanco, y ahí estaba yo, cortando a laminas la nieve mientras luchaba contra ejércitos inacabables de enemigos imaginarios, Pharia había decidido dejarme ese día tranquilo, todo lo tranquilo que podía encontrarme en mi mundo, oí como alguien entraba a la forja y se ponía a hablar con Pharia, seguramente para hacerle un encargo pensé, seguían hablando mientras seguían cayendo uno tras otros los cuerpos de mis enemigos dentro de mi cabeza, hasta que uno de los cuerpos hizo un sonido demasiado real al golpear contra el suelo,  había sonado en la forja, corrí hacia allí y vi que me había equivocado en todo, no era un solo hombre, eran dos, Pharia estaba en el suelo mientras uno de los hombres tenía su espada apuntando directamente a la cara de Pharia, en otros tiempos, Pharia los había destrozado nada más entrar, pero los años habían hecho mella en el hombre, volviéndolo más confiado y más débil.

   - ¡Vete de aquí! ¡Corre Ludwig! –Gritaba Pharia desde el suelo- 

 Lo que hice en ese momento, no fue por compasión hacia Pharia, aunque le debiera mucho a ese hombre, agarre fuerte mis dagas, inhale todo lo que pude y corrí hacia el hombre que estaba sosteniendo la espada sobre Pharia, me apoye sobre un taburete que usaba Pharia para sentarse y salte sobre el hombre, como en mi imaginación, mis dos dagas se clavaron en su pecho, mientras los dos caíamos su sangre brotaba y chocaba contra mi cara, estaba fuera de mi, mis dientes se apretaban tanto que dolían, cuando estaba en el suelo mire al otro hombre, la sangre cubría mi cara y se mezclaba con la saliva de mi boca, entre tanto rojo tan solo destacaban mis dos ojos azules como el mar, saqué una daga del pecho del cadáver que yacía debajo de mi y la lance al cuello del otro hombre, no fallé, corrí hacia él, derribándole, y ya en el suelo no pare de asestártele puñaladas en el pecho, una tras otra, estaba en un éxtasis, completamente descolocado, Pharia seguía en el suelo mirando la escena, balbuceando, mientras yo me dejaba llevar, cada puñalada era un nuevo mundo para mí, la sangre salpicaba de una forma distinta y dudaba en seguir para ver nuevos patrones rojos surcando el aire, hasta que Pharia me agarró y me lanzó contra la pared, ese día, cubierto totalmente de sangre, mientras respiraba muy pesadamente, Pharia por fin, me vio sonreír por primera vez en mi vida.

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