La iglesia
se tiñó de rojo y yo también, aun más si cabe, yo, por llamarme de alguna
forma, en ese momento no quedaba un ápice de yo en mi, ni un solo centímetro de
mi cuerpo albergaba nada parecido a la humanidad, camine entre los cadáveres y
las extremidades cercenadas, tranquilo, sin prisa, parecía como si la guerra no
fuera conmigo, regresé a la plaza y me encaminé al palacio, de fondo podía oír
el ruido de la batalla unas calles más abajo, no tardarían mucho en llegar a la
plaza y al palacio, no, no podía dejarlos, tenía que ser yo quien matase al
rey, aligere el paso, la escalinata que llevaba al palacio estaba desierta,
toda la defensa estaría dentro supuse, la puerta principal cerrada, lógico, ni
si quiera lo pensé ni me di cuenta de la figura que unos instantes atrás me
miraba con miedo desde el balcón al que intentaba llegar, y ya estaba agarrado
a los adoquines de la fachada del castillo para llegar al balcón, clavaba las
dagas entre los resquicios para ir más rápido y no tarde demasiado volver a
tener un suelo firme bajo mis pies, entre cruce el umbral y llegue a unos
aposentos, parecían infantiles, me acerque a la cómoda y solo había enseres
femeninos ¿una hija? Sabia de sobra que la reina de Greinteh habia muerto hace
años, pero no sabía que existiera una princesa, sea como fuere oí un alboroto
al otro lado de las puertas de la habitación, la cama estaba enfrente de estas
puertas, asi a modo de descanso, me senté en la cama a esperar que abriesen las
puertas, la sangre de mi armadura se deslizaba poco a poco hasta impregnar las
sabanas y entonces fue cuando lo noté un murmullo, casi inaudible, unos
sollozos, subían por las patas de la cama y se colaban debajo de las sabanas
hasta mezclarse con la sangre que se desprendía de mi armadura, la niña, estaba
escondida debajo de la cama, deslice mi espada fuera de su vaina y sin
levantarme apoye su punta contra el colchón, un sonoro grito se oyó detrás de
las puertas y estas se abriendo de par en par, dos soldados entraron, olvide a
la niña, el traqueteo de mi armadura volvió, se nublo de nuevo mi raciocinio,
dos segundos después estaba atravesando las gargantas de esos dos guardias, detrás
de la puerta aguardaba otro grupo de ellos, como si no fuera suficiente ver a
sus dos compañeros tirados en el suelo con las manos en el cuello intentando
parar la sangre y la vida que se escapaba de ellos, se vinieron contra mí,
llenos de rabia, odio y miedo, pero no fue suficiente, mi primer tajo fue hacia
las piernas del primer hombre que llegaba a mí, sus piernas se desprendieron de
él como las hojas secas de un árbol en otoño, ya tenía otro sobre mí al que le
hundí la espada en el pecho, lleve mis manos a mi espalda y saque las dos dagas,
me agaché, la espada de otro de esos infelices silbo sobre mi cabeza, me gire
aun agachado y comencé a coserlo a puñaladas desde su cintura hasta su cuello,
corté su cuello, innecesario, pero divertido, golpee su pecho con una patada y
su cuerpo muerto salió disparado contra el último soldado que quedaba vivo,
cayó al suelo, fui hacia el cadáver que tenía mi espada en su pecho, la saqué y
mientras el último de esos desgraciados intentaba quitarse el cadáver de su
compañero de encima, puse mi pie sobre el muerto y apoye mi espada en el
abdomen más que destrozado por las puñaladas de mis dagas.
- Piedad por
favor, tengo mujer e hijos
- ¿Se escondían
en la iglesia?
Su mirada
se heló completamente y apenas pudo articular palabra, simplemente movió la
cabeza en gesto afirmativo
- Entonces
ya no tienes nada por lo que vivir
Mis palabras
le dolieron más que mi espada penetrando su corazón, al menos su miseria no duro
demasiado.
Mire a
mi alrededor, estaba en un pasillo, circular, como una pequeña balconada, del hueco del centro que daba al piso inferior, pendía
una lámpara de araña de varios metros de envergadura, y justo debajo, un
enclenque y asustado rey se aferraba a su trono como si eso pudiera salvarle, corrí
por el pasillo hasta estar a la distancia justa para saltar a la lámpara, corté
la cadena que la sujetaba y el estruendo se pudo sentir en cada rincón del
palacio, la lámpara estallo contra el suelo provocando una lluvia de cristales
que volaban en todas las direcciones, emborronando mi silueta delante de la única
persona que estaba allí, el rey de Greinteh
- Detente
- Hoy no
Un mal
paso, un impulso, ansia de venganza, no sé qué seria, pero el asesino que se
arrastraba detrás de mi dio un paso más sonoro que el anterior, lo suficiente
para girarme y bloquear su espada en el último segundo, tan extremo, tan a la
desesperada y tan fuerte que aun así alcanzó mi mascara y la partió, mi pelo se
soltó y la sangre comenzó a caer por mi frente, llegando hasta mis labios y yo
la recogía con mi lengua, lo mire directamente a los ojos y volví a reír, lo
empuje y avance hacia él, saque una de mis dagas, la lance a su cabeza pero la
bloqueó, el insensato llevaba dos espadas cortas, saque mi otra daga y ya lo tenía
encima, comenzamos el baile, las armas chocaban entre ellas, eran nuestros
instrumentos y esa era la última función antes del súmmum de la obra, parecía
ser la última defensa del rey, parecía ser el ultimo bastardo que mataría antes
de matar al rey, un pequeño descuido y le herí el brazo, se retiro un par de
pasos, pero no le di cuartel, estaba tan cerca de acabar, era tanta la rabia
por terminar, que mis golpes cada vez eran más fuertes, más rápidos y más
crueles, otro fallo y le abrí otra herida, en la pierna esta vez, un fallo mas
y ahora era uno de sus brazos el que salía volando, se acabo, comencé a
cortarlo como si no tuviera otro compromiso con la vida, los trozos caían de su
cuerpo y yo no podía parar, su sangre se mezclaba con la que caía por mi cara y
yo seguía riendo, cuando no quedaba más carne que cortar me gire hacia el rey y
emprendí la ultima caminata del día, mirando hacia el suelo, arrastrando la
punta de mi espada por el suelo, no tenía prisa, sabía que cada paso que daba,
era un paso menos para que terminara la guerra, si por mi fuera habría dejado
huir al rey para alargarlo todo un par de años más, pero, claro, en ese momento
no era yo quien estaba a los mandos.
Delante
del rey, este tuvo un último alarde de valentía y se puso de pie para encararme
- Haz lo
que tengas que hacer – dijo
- Como ordenes
majestad
Deje caer
mi espada y salte hacia él, caímos en su trono y comencé a apuñalarlo con la
daga directamente en su pecho, su costado, su cuello, cada golpe hacia que
perdiera mas la cordura, cada golpe desgarraba mas su carne, su débil cuerpo
apenas podía sujetarse, las puñaladas en el cuello hicieron que su cabeza
quedara colgado de apenas unos tendones.
Tire mi
daga y hundí mis manos en las heridas de su pecho, agarre sus vísceras y sus
huesos con mis propias manos y tire de ellas hacia mí, iba soltando toda la porquería
que sacaba de él y volvía a por mas, lo estaba despiezando, poco a poco con mis
manos, me incorpore, puse mi pie en su regazo y agarre su cabeza, tire con
todas mis fuerzas y se la arranque al tiempo que los soldados de mi bando
reventaban las puertas de la sala del trono, allí estaba el cuerpo del rey, con
mas órganos tirados a su alrededor que dentro de él, y delante del rey, una vorágine
de sangre y rabia que era yo, sujetando su cabeza con una mano, completamente
empapado de sangre, mi pelo pegado a mi cara, trozos de carne del rey pegados a
mis manos, una bestia desatada.
Los soldados
más adelantados iban gritando, saltando, todo había acabado, pero yo, en ese
momento, no era yo, no aguantaba las ansias, la vibración de mis músculos no se había parado, al contrario, era casi incontrolable, cuando el primer soldado ya
casi llegaba a mí, solté la cabeza del rey, rodé por el suelo recogiendo mi
espada y se la clave en el estomago, seguí avanzando, cortando a todos los que venían
detrás, los más atrasados pararon en seco su carrera y comenzaron a huir
- ¡Esta loco!
- ¡Esta fuera de si!
- ¡Huid!
Cerraron las puertas del trono a su paso y me
dejaron encerrado allí con los otros soldados heridos de mi bando, me desquite
con ellos, de uno en uno, lenta y sádicamente, lo que acababa de hacerle al rey
parecía una mala broma con lo que hice con aquellos hombres, desde el primer
piso, agachada y asustada una pequeña niña veía todo, sin que yo me diera
cuenta de ella.